Nosotros y Ellos

Urg y Bwarg salieron de su cueva. Urg oteó el aire, una esencia cenicienta llegaba a su nariz. Imagen ardiente pensó. “Uaaagga” dijo,” uuuu”, respondió Bwarg señalando hacia el valle, del que escapaba una torrecilla de humo negro. Bajaron por la estrecha cañada. El día comenzaba a clarear en el este. Bwarg soltó un aullido cuando llegaron al arroyo, “Grraaagggr” respondió Urg. No sabía nadar.

 

Caminaron unos cuantos cientos de metros siguiendo la corriente. Un grupo de venados saltaba al otro lado. “Uaaaadddf” gritaba Urg. “Uarrgggs” respondía Bwarg. Encontraron un vado de aguas tranquilas. Cruzaron. El escarpado desembocaba en una planicie larga y plena. Urg formó un círculo de rocas y se recostó bajo el sol. Bwarg lo observaba en silencio. Afilaron sus lanzas de piedra. Chirriaban al golpear sus aristas. “Auuurgg” gritó Bwarg señalando una manada que pastaba tranquila cerca del bosque.

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Godred y Dardred salieron de su choza. Godred echó una ojeada en derredor. El aire cargaba un ligero sabor a ceniza. “Caodad et dadem” dijo Godred, alzando un brazo en dirección al norte. Dardred alzó la vista. La torre de humo que manaba de la montaña lo hizo volver la vista. Imagen ardiente, pensó y exclamó “Dodad ne pad graded”. Echaron a andar por entre la maleza.

 

“Aaa” exclamó Dardred. Caminaron por la playa arenosa hacia el sur hasta encontrar un estrecho de aguas tranquilas. Bajo la sombra de un ciprés, Godred extendió el racimo de hojas que cargaba en su cinto. Darded lo observaba con atención. Afilaron sus lanzas al unísono, “Tagra pod” exclamaron dos veces con la vista clavada en el astro solar que brillaba incandescente sobre los dos y guardaron silencio. Godred alzó el brazo en dirección a la manada de bisontes que pastaba frente a ellos.

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Urg echó a correr. Bwarg lo siguió. Atravesado por las lanzas el búfalo cayó al suelo. El animal soltó un bufido largo. Bwarg le agarró de los cuernos y le torció el cuello cortando de tajo el eco de sus lamentos. La manada había huído. Esparcieron un círculo de tierra alrededor del cuerpo sin vida. Urg gritó, “argg” antes de cercenar la cabeza, llenarle el hocico de hojas de romero y lazarla a su cinto.

 

Comenzaron a desandar el camino andado con el cuerpo a cuestas. “Narggg” se escuchó en la entrada de la cueva. “Aaarg” respondió Bwarg. El fuego crepitaba entre las brasas y se elevaba entre los pellejos sangrantes que colgaban sobre ellas. El humo escapaba por el agujero de la cueva para terminar hecho una mancha negrusca sobre el azul violaceo del ocaso, más arriba.

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Dardred echó a correr. Uno de los bisontes quedó rezagado. La lanza de Godred le perforó el costado. Mugió con fuerza por unos minutos antes que la daga de Dardred le abriera una gorda gotera en el cuello. La manada huyó. Fija la vista sobre los ojos vidriosos del animal Godred murmuró “dader maye”, a lo que Dardred respondió “Loder dambep”. Godred dejó la cabeza drenar los últimos restos de sangre que aún pulsaban dentro antes de colgarla bajo su cinto.

 

Regresaron por el mismo camino, con el cuerpo de la bestia amarrado a un par de palos. Vieron un par de chozas frente a ellos y escucharon un grito “ot danod”. “Gadad” gritó Dardred. Sobre el grupo, la trenza de leños de la cabaña dejaba escapar el humo a través de un agujero en el centro.

 

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Bwarg se acurrucó entre las pieles donde ella yacía, jugó con sus senos y dejó a su erección perforarle el sexo. Un llanto perturbó el silencio de la cueva. Ella tomó al crío en brazos y le dejó mamar de su pecho.

Urg dormía bajo el cielo y sobre una saliente a la entrada de la caverna. Con lanza en mano miraba el valle debajo y el espacio incendiado de plata arriba. En la planicie una luz brillaba entre los árboles. “Aaarg” gritó al cielo. El cielo respondió con una pincelada de luz de una estrella fugaz.

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Dardred se revolvió entre las pieles. Ella le extendió un brazo alrededor de la cintura. El beso culminó en jadeos, y los jadeos se paralizaron en una eyaculación blanca. El balbuceo infantil que los envolvía, se volvió en llanto. Ella tomó a la criatura en brazos y dejó que sus labios buscaran ávidos la punta de sus senos.

Alguien vio una luz, allá arriba en la cañada. Godred apuntó con su lanza y gritó “Podta ol lambe” y de las chozas aledañas una multitud de melenas largas y ojos curiosos se juntó en la plazoleta. Brillaba la columna de humo que giraba gris frente a un cielo negro y sobre la montaña. Los gritos escalaron en las gargantas y bajaron raudos a los pies, corrieron por el campo a través del río y escalaron con los pies desnudos las piedras de aristas breves de la cañada.

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Al verlos salir uno a uno por la boca del precipicio Urg sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Gritó con pavor al ver esas manos que parecían manos pero no lo eran, esos ojos que parecían ojos pero no lo eran. Y sintió el impulso de correr al interior de la cueva, pero sus miembros, engarrotados, lo evitaron. Esas caras largas, de narices cortas, melenas largas y bocas finas lo veían con curiosidad. “Aaarg” gritó, y gritó de nuevo.

 

Godred cruzó una mirada con la figura que enquistada entre unas rocas, sostenía una lanza frente a la entrada de la caverna. Sintió un acceso de temor erizarle el cuerpo al ver el gesto basto de facciones rudas, melena corta, nariz chata y labios prominentes que yacía petrificado y gritaba una perorata de gruñidos ininteligibles frente a él. Soltó un grito largo al verle moverse y sintió el arco de su brazo balancear con fuerza el peso de su lanza.

 

Urg apenas los vio entrar como una tormenta de piernas por la boca de la cueva. El borbotón de sangre que manaba de su pecho se derramó sobre las rocas, y le robó el conocimiento con rapidez. Un gemido hizo eco en la cueva. Voces que no eran voces, y pasos que no eran pasos se dejaron escuchar por el ámbito, oscuro de la galería de roca. Bwarg la tomó en brazos. “Orr praar grag” susurró. Ella se acurrucó sobre su pecho tiritando mientras el sonido de voces, gritos y pasos engullía el silencio dentro.

 

Cruzó una mirada rápida con grupo de ojos y semblantes difusos que le veían desde arriba. “Orr grag traag affr” balbuceó; los rostros de fuego, inmutables, lo miraban. Cerró los ojos, apretando entre sus brazos el diminuto cuerpo del crío que lloraba, antes de sentir 10 puntas de roca perforar el lecho donde dormían.