“Robert,
Me llegó tu carta en blanco.”
El sobre leía, Robert L. 27 Bonita Road, Los Angeles, CA. Subió las escaleras del edificio con la carta en la mano. El papel ardiente le quemaba los dedos. Sobre la mesa de la cocina yacía una copa vacía y un jarrón de agua a medio llenar. Dejó la carta ahí. La vió un momento sintiendo su estómago revolverse.
“Es difícil escribir cuando no hay mucho qué decir. O tal vez, cuando no hay mucho que quiera decir. Sabes Rob, me muero por hablar, pero sé que lo mejor es quedarme en silencio. Hace 5 meses llegué a San Francisco. A veces hace frío aquí. Si caminas cerca de la playa y está nublado llega un viento frío. No lo quiero confesar pero a veces pienso en nosotros. Pienso en ti sin saber qué pensar.”
El hornillo de la cocina brillaba con una flama azulada. La pasta hizo ruido de maraca al caer al agua. El remolino de agua, sal y pasta engulló sus pensamientos. “Rob” murmuró. Vió las letras caer por el remolino caliente de la olla. “I love you”, sonrió pensando al mismo tiempo en lo estúpido que sonaba lo que acababa de murmurar. Pensó en él. Pronto las imágenes comenzaron a fluir por su cabeza, su rostro, sus ojos viéndola al otro lado de la mesa del Roadhouse Tavern, desde la silla de la cocina, entre la oscuridad de su habitación. Una mirada amable, como un pozo hondo, insondable, donde ella se sentía caer suave, en cámara lenta hasta tocar el agua tibia debajo y nadar, fiuera de un mundo que sólo quería devorarla.
“Sabes Rob, me quedé con Simon cuando llegué aquí. Vive en una casa en dogpatch cerca del mar. Tal vez lo hice porque quería que estuvieras celoso, porque quería que me preguntaras, con quién estás, qué estás haciendo, pero nunca lo hiciste. ”
Una mirada distante, perdida en una lejanía inalcanzable. Qué piensas Rob. Y él no decía nada, solo la veía y sonreía pelando los dientes en un gesto inaccesible. La veía sin ver y ella preguntaba y él no decía nada. Reía de vez en vez. No pienso en nada tonta. Nada.
“Yo sé que nada importa. Nada. Así como siempre has dicho. Solo importa lo que no importa.”
¿Qué quieres Rob, qué quieres de mí? Gritó y Robert impávido meneó la cabeza. Estás loca. Apartó su plato de cereal y volvió a sumergirse en la lectura del LA Times. Furiosa. Robert sonreía y sus labios deletreaban algunas de las palabras que acababa de leer. Sintió un impulso casi incontenible de arrojarle el salero que tenía en las manos. Se quedó mirándole un rato. What’s up?. En ese instante sintió que algo se resquebrajaba. Una avalancha enorme se desprendió dentro de ella y cayó con fuerza. What’s up? Repitió Robert. Un valle de luz matutina los separaba. Rob dio un trago a su café. Nothing. No pasa nada.
“I know life is fucked up Rob. Yo lo sé. Y si no te escribo más es porque no sé qué decir. Y no sé cómo decirlo. Me tuve que ir porque no hacerlo nos iba a matar a los dos ”
La cerradura de la puerta trasera cacareó y apareció Doris cargando un par de bolsas que colocó sobre la mesa de la cocina. Marla se secó las lágrimas y siguió dando vueltas a la pasta que se había vuelto una masa gorda y flácida. Tiró el cascajo de spahetti a la basura, tomó el sobre de la mesa y se encerró en su cuarto. Con dedos temblorosos extrajo el pedazo de papel que había dentro. La hoja en blanco se escurrió entre sus manos y cayó al suelo. Destrozó el sobre. No había nada escrito en el interior. Pensó en la tinta invisible de limón que alguna vez había hecho en el colegio y se sintió infinitamente estúpida por pensar que colocar ese pedazo vacío de papel sobre una vela revelaría algo. Escuchó los pasos de Doris por el pasillo y la presión de sus nudillos sobre la puerta. No pudo contener las lágrimas.
“Adiós Robert.
Marla”