Él

Quienes lo han visto dicen que el palacio es una visión de ensueño, un pedazo de oro que flota sobre las montañas y entre las nubes. Diez mil peones lo construyeron cuentan en la capital. Subieron por las montañas en una fila larga, muy larga, de gente, camiones de material y bajó solo el polvo y la sospecha que lo único que había quedado de aquella serpiente humana eran los pisos rojos de SU residencia.
 
Dicen que nació como todos nosotros, desnudo y enrollado en el limo sangriento de la placenta de su madre, una campesina. Ese día el cielo parió una estrella. La escupió de entre sus entrañas y ha estado ahí, para recordarnos el día que él llegó al mundo. No soportó los azotes y el alcoholismo de su padre y corrió a refugiarse en la casa de su hermana en la capital apenas cumplidos los once años. Corrió, corrió por el campo y entre las zarzas y cruzó los Cárpatos a paso ligero, con zancadas largas por entre las rocas y sobre los riscos. Vio los valles y las montañas y los ríos y lagos y pueblos chicos y grandes de nuestro país. Y su corazón rebosaba de amor por la tierra que pisaba, por el cielo que le cobijaba, por la tierra y la carne y la sangre de la patria de la que padre sería. Y así, como una estrella que cae, descendió desde las montañas hasta el mundo de la capital, de los autos, de las máquinas, de las luchas obreras, de las injusticias eternas.
 
Yo nunca he oído su voz. Lo he visto en la televisión. Un metro sesenta y ocho, con abrigo de terciopelo y sombrero de piel. Solo una vez mamá lo ha escuchado. Dice que lo oyó hablar, murmurar, gritar, vociferar desde lo alto del balcón del palacio de gobierno. La plaza llena, abarrotada de gente, ondeando banderines rojos por el cuadrado entero, desbordándose por calles y calles de tela roja, banderines rojos, gorros rojos, y ojos rojos de poco dormir. Esperando desde la noche anterior los comités obreros revolucionarios los organizaron, a punta de lengüetazos de voz y sorbos de vino caliente, los sastres de este lado, los zapateros del otro, los maestros más allá. Él habló en medio del silencio de rojo habló de los días que permaneció preso. Habló de los días de su juventud, cuando la revolución llegó a las calles de la capital. Habló de los horrores que vivió en prisión, cuando el gobierno blanco le metió tras las rejas por comunista y revolucionario. Y habló de los años que vivió encerrado en una prisión del estado, en una celda diminuta de dos metros por dos.
 
A la mañana siguiente develaron una portentosa estatua encuestre. Y una más grande al año siguiente y otra más tarde. A veces jugamos a corretearnos por entre las patas enormes del caballo, pero otras solo vamos ahi, y alguien trae cigarros y fumamos uno o nos quedamos tirados bajo el fresco da esa panza monumental hasta que los guardias nos persiguen y salimos todos corriendo, con cigarrillos o sin ellos hasta que el parque se vuelve calle y los guardias regresan a ser guardias y nosotros a jugar pelota en algún callejón del barrio.
 
Yo no le tengo miedo pero mamá si. Tiene una imágen suya sobre la repisa de la chimenea y la veo rezar en voz tímida frente al altar improvisado. A veces llora, otras no. Y por qué le tiene miedo. Nunca responde, nunca me dice. Dice que las paredes oyen, los pisos oyen, los platos oyen. Todos oyen y luego se calla y no dice más. Pobre mamá. Papá dice que actúa raro desde que tío Dragos murió. Yo no lo ví mucho, pero dice mamá que andaba en malos pasos. Dice que decía muchas cosas, y que uno no debe decir tantas cosas si no hay nada que decir.
 
Algunos dicen que Él no existe. Dicen que es una invención del gobierno. Pero no es posible, porque todos los días lo veo en la escuela, viendonos a todos dede un cuadro sobre el pizarrón. Tío Dragos decía eso, pero ya no dice nada porque no tiene nada más que decir. Como dice mamá, no hay que decir tantas cosas si no se tiene nada que decir.

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